Friday, January 23, 2009

Tonterias y mas.................‏

El perro es el mejor amigo del hombre. Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro. Los perros tienen todas las virtudes del hombre, pero carecen de sus defectos. Una mirada de perro hace que la vida tenga sentido.

Todos hemos oído estas expresiones y muchas otras que se les parecen. ¿Será así? ¿Los perros son la quintaesencia de la bondad universal? ¿Tienen alma de algodón y corazón de copos de nieve? Permítaseme disentir. Mi perro no pierde ocasión de morderme cada vez que puede. De hecho, sólo basta que me descuide un instante para que me ataque a traición, preferentemente por la espalda y cuando estoy distraído mirando una nube o un insecto volador o algo así. Si en vez de patas caninas tuviese el pulgar enfrentado a los otros dedos, seguramente tomaría un puñal y me lo clavaría por la espalda. Uno no debería confiar en su perro mucho más de lo que confía en las mujeres.

Porque tampoco se puede confiar en las mujeres, y esto se lo sabe desde mucho antes de que Julio Sosa se estrolara con su DKW Fissore en la esquina de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla. Que las mujeres te apuñalarán a traición no es invento del tango, pero se oye mejor si lo afirma Sosa y no ―digamos― Pablito Ruiz o Reinaldo Wabeke, el viudo de Adelfa Volpe.

Eso nos enseña el tango a los varones: que en cuanto uno se descuide, allí estarán las mujeres, junto al perro, prestas a morderte por la espalda. Tengo un amigo, IGN, que es particularmente preciso a la hora de esbozar expresiones sobre las mujeres. Si el mundo fuese un lugar más justo, debería estar recorriendo los cinco continentes, dictando seminarios, escribiendo libros como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, ganando fortunas con su sabiduría. Pero el mundo no es un lugar justo e IGN se rostiza en su cubículo, a espaldas de la Humanidad y de sus potenciales discípulos.

Hace muchos años le oí decir la expresión más conmovedora que alguna vez haya sido dicha por un hombre con el corazón roto. Alguna innombrable chica del momento acababa de abandonarlo miserablemente y el pobre se arrastraba por los rincones, abatido. Entonces suspiró, apesadumbrado, y como hablando para el bronce dijo:

―Me olvidó más rápido de lo que lleva pelar una Bananita Dolca.

Conmovedor, de veras. Quienes tuvimos el privilegio de ser testigos del hecho apenas pudimos contener las lágrimas.

Hace poco hizo una observación que merecería ser analizada e investigada durante siglos, tal como se analizan los diálogos de Platón y Sócrates. Dijo que cuando éramos chicos estábamos deseosos de que alguna chica más grande se aprovechara de nosotros, pero ahora que somos grandes no tenemos más remedio que aceptar que todas las chicas más chicas que nosotros se aprovecharán, nos usarán y olvidarán más rápido de lo que lleva pelar una Bananita Dolca.

La observación no era arbitraria. Le había comentado un diálogo entre dos muchachas conocidas, diálogo del que había sido involuntario oyente, en relación al ex novio de una de ellas. Vamos a llamar Juan al infeliz, para no seguir acumulando demandas bajo el dintel de la puerta.

―¿Sabés cuál es la diferencia entre Juan y un inodoro? ―preguntó la ex de Juan.

―¿Cuál?

―Que después de usarlo, el inodoro no te sigue.

Quedé muy impresionado. Siempre había sospechado que las mujeres podían ser muy perras, pensamiento que relacioné con el traicionero de mi perro, pero nunca me había imaginado que podían llegar a ese nivel de... ¿perrismo? ¿perritud? ¿perrosidad?

Desapego, ésa es la palabra.

Desapego.

Toco madera, y vuelvo a tocarla por si acaso, pero empecé a preguntarme qué haría yo, o IGN, o ustedes, si un día descubrieran que fueron utilizados con algún propósito, olvidados más rápido de lo que lleva pelar una Bananita Dolca y comparados con un inodoro.

Y que encima perdieron en la comparación, pues el inodoro no se queja y no anda resoplando por los rincones (junto a Enrique Cadícamo, ya que estamos con el tango) mariconeadas como:

A quién le puede importar,
¡che bandoneón!,
que he sido bueno.
A quién le puede importar el novelón del mal ajeno.
Si a ella que fue mi querer no le importó mi abatimiento.
A quién le puede importar,
¡che bandoneón!,
mi sufrimiento.

Como hombre rudo educado en los suburbios del sur del conurbano bonaerense, mi formación cultural me dice que, si alguna vez estoy en esa posición, lo que debo hacer es correr a buscar consuelo bajo las polleras de mi madre. Nos educan así. Para ser pollerudos.

El problema es que, con los años, he descubierto que mi madre nunca se pondría de mi lado: aún cuando sea testigo presencial de cómo el perro y la chica están apuñalándome por la espalda, supondrá que algo habré hecho. A la hora de elegir bando, estará siempre del lado del perro traicionero y de la chica de lealtades ligeras a la que no le importó, ¡che bandoneón!, mi abatimiento.

Así que me pregunto:

¿dónde buscar consuelo?

He descifrado que de todas las personas que conozco, la más amable, comprensiva y servicial es mi computadora. Alguien argumentará que la computadora no es una persona en el sentido estricto del término, pero créanme: merecería serlo.

Es como una muñeca inflable, pero con teclas y preocupada por tus opiniones (nunca vi en vivo y en directo una muñeca inflable, pero sospecho que no se preocupan demasiado por la opinión de su compañero de cama; que sólo se limitan a tener una actitud de sorpresa en sus bocas plásticas: ¡oooohhhhh!). Si necesitan consuelo pues descubrieron que ―seguimos con Cadícamo― “la creación anda a las piñas y de pura arrebatiña apoliya sin colchón”, no encontrarán ser humano más gentil que su computadora. Úsenla a conciencia y se darán cuenta.

Hay un viejo chiste que dice que una mujer le pidió a Dios un marido inteligente, brillante, instruido, gracioso, que le haga compañía, que la entretenga, que esté informado, que haga silencio cuando debe y que hable cuando tiene que hacerlo, y entonces Dios le dio un televisor. Hoy Dios regalaría computadoras.

¿Han notado que las personas hablan constantemente con sus computadoras? Se lo ve en los cubículos laborales, en locales de Internet, en centros educativos; también se le habla, especialmente, cuando uno está a solas con ella (mi computadora es un “ella”, pero habrá quién le diga “él” a su ordenador). No es que hablan a través de la computadora (usando Skype, por ejemplo), sino que le hablan a ella.

La computadora pregunta:

―¿Desea...? (por ejemplo, guardar el documento)

Y uno, mientras selecciona sí, no, cancelar, le responde en voz alta:

―¡Sí, guardalo!

Es cierto que, como en toda buena relación, hay altas y bajas. A veces uno se mosquea con su computadora cuando ésta hace cosas que no debe hacer (colgarse, andar lenta, apagarse sin razón, etc.). Se sulfura, empieza a gritarle, especialmente cuando funciona con la velocidad de una tortuga desmayada:

―¡Daaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaale!

Pero a la larga persiste un vínculo que excede la mera relación servicial. La computadora te pregunta por tus deseos. Es cierto que también un mozo o un mayordomo pueden preguntarte por tus deseos (“¿El señor desea más vino?”), pero con la computadora se genera cierta intimidad, cierto apego, cierto afecto y complicidad. Y aunque en general suele preguntarte si tenés deseos de eliminar definitivamente tales archivos, o si tenés deseos de instalar una actualización del antivirus, aún así sigue tratándose de deseos.

La computadora te pregunta por tus deseos.

―¿Desea...?

Y uno le puede decir que sí, que no, puede cancelar y tomarse un tiempo para pensarlo mejor. No sé si los geniecillos que se dedican a la HCI (Human-computer interaction) toman en cuenta algo tan trivial, pero cuando el perro te clave un puñal por la espalda, cuando los antiguos amores te comparen con un inodoro (y pierdas), cuando estén secas las pilas de todos los timbres que apretás, cuando te dejen tirao después de cinchar, verás que sólo hace falta que tu fiel computadora te pregunte qué deseás.

Es el ser humano más leal que existe, la computadora.

Mientras mantenga sus deseos en el rango de desfragmentar el disco rígido o eliminar archivos temporarios, uno podrá decir que la computadora es el mejor amigo del hombre. Que cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi computadora. Que las computadoras tienen todas las virtudes del hombre, pero carecen de sus defectos.

Que basta una mirada de computadora para que la vida tenga sentido.